jueves, 8 de abril de 2010

Jueves 15...19.30 poesía en la universidad

El próximo jueves 15 de abril a las 19:30 horas tendrá lugar una nueva sesión del ciclo "Este jueves, poesía". En esta ocasión los poetas invitados son Eduardo Moga y Enrique Villagrasa. Estos encuentros están dirigidos por Ignacio Escuín Borao y patrocinados por el Vicerrectorado de Proyección Social y Cultural de la Universidad de Zaragoza.










Eduardo Moga: Nacío en Barcelona en 1962. Ha publicado los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída (Premio Adonáis, 1996), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2001), Las horas y los labios (2003) y Soliloquio para dos (2006). Ha traducido a Arthur Rimbaud, Ramon Llull, Frank O’Hara y Charles Bukowski, entre otros. Es responsable de las antologías Poesía pasión. Once jóvenes poetas españoles y Los versos satíricos, así como del ensayo De asuntos literarios. Practica la crítica literaria en revistas como Letras Libres, Revista de Libros, Cuadernos Hispanoamericanos, Quimera y Archipiélago, entre otras. Codirige la colección de poesía de DVD ediciones.

Poemas:


Poema Cinco Haikús De Los Haikús Del Tren de Eduardo Moga
El sol poniente

orina óxido y oro.

Un estornino.


*
Asperja rojos

el cielo acuchillado.

La luz se agrieta.


*
Bajo los álamos,

las sombras amamantan

grumos de nieve.


*
La tarde se hace

metacrilato y sueño

en el vagón.


*
Alguien bosteza

ruidosamente. Fuera,

una amapola.

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Poema Poema XI De Unánime Fuego de Eduardo Moga



Tu sexo sabe a corzo, igual que tu tristeza. Antes lo oía como un regato indeciso, como un niño que rebulle entre las sábanas. Se acercaba sin haber comulgado, todavía en su colmena, iniciándose en la mirada, con recuerdos improbables, con hábitos apenas míos, como un olivar interminable. Permanecía en su aquí, a la espera de que yo hablase, cierto de su ternura, pero sin cambiar su máscara, enamorándose del tiempo, alimentándome de erizos, viéndome insertar lóbulos. Después todo fue túnel, mas túnel con brazos. Hubo ojos en el aire, vibraciones sin dudas, éxodos que culminaron dentro, donde se desnuda la piel, donde el mar no tiene ligamentos. La quietud fue subvertida por la forma, el fuego habló, la física obtuvo su ángel. Ahora oigo aves que inequívocamente respiran, hornos que se hacen cuerpo, pólvora que me incita; traspaso el umbral más golpeado, siento que tu sal me besa, y huelo, y me adentro, y le doy el tiempo de mis dedos, el furor de mi espuria saliva. Caen las estalactitas, confundes los estribos, confundes los pájaros que te vuelan, la llama sonora te arranca como un líquido, pero no es el eco de esa gran ciudad lo que a mí me llega, sino una luz que desciende hasta la úvula, y allí me da tu misma sombra emancipada. Tu sexo, que huele a insomnio, es la lámpara en que tropiezan los perros. Tu sexo tiembla como un recién nacido. Tu sexo, agua dilatada, planea sobre tus enemigos. Una sola disciplina, sin recintos, sin mejillas, como si hubiese abierto una válvula. Yo, en tu balsa; tú, comida como un clavel, insólita entre mis fauces delicadas. Así se riegan los vientres; como si se erigiera una casa, como si la imagen devorase al espejo. El epicentro soy yo, o tú, o este cínculo que rodea mi boca. Y bebo. O deposito almendras. O saboreo la tímida caracola. Tu sexo es una crátera de anís, una esponja de plata. Con los primeros sorbos se despereza, abre su turbio limo: un húmedo sol lo llama. Después, el rotar es constante, no conoce los espías, desata las luces, regala su limpia mostaza; un oleaje indudable lo levanta como una piña y lo deja temblando, sobre mi ápice, al borde de la nada. Pero luego, cuando el camino cesa, muestra su centro de uva calmada; es el descubrimiento de la ausencia, decantada desde las raíces, transmitida por el barro hasta la mera palabra. Sin embargo, no es desamor esa fatiga que sientes, sino melaza que regresa, sed que a sí misma se niega para entregarse, después, más fría y tamizada. No pretendo sepultar la herida, sino hacerla más azul: darte más aire, en lugar de exiliarte. Por eso mi tierra, que antes buscaba la incisión, el reír de los cuchillos, recoge ahora el ámbar de tu vientre. Por eso me arropo con tus membranas. Por eso aflora mi estómago: para que no se escapen tus centímetros. Tu sexo huele a espíritu. Tu sexo es una casa consagrada.

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Enrique Villagrasa González nació en Burbáguena (Teruel) en 1957 y actualmente reside en Tarragona. Es periodista. Ha escrito varios libros de poesía, siendo sus poemas publicados en diversas revistas (Salinas, Cuadernos del Matemático, Alhucema, Extramuros, Calicanto, Texturas) y traducidos a otros idiomas (árabe, francés, italiano). Colabora en revistas literarias especializadas (Qué leer, Turia, Artes & Letras, Suplemento de El Heraldo de Aragón) y ha ofrecido lecturas y ponencias en distintas ciudades españolas. Entre sus poemario destacan Línea de luz (2007) y De ceniza mis días (2008).





Poemas :


LA OFRENDA


Como una estrella de primavera
en vano buscas a Ariadna.
Un delator guiño, en el laberinto,
te da la certeza. En el dédalo alcohólico
no existe hilo que sirva de guía.

La profunda angustia abraza.
Aceleran pluma y verso los crepúsculos.
Tiembla la página.
Lo sensato será aceptar la sonrisa de la noche,
pero dan escalofríos las ruinas.

Desgrana penosamente largos poemas,
que se aferran a las más sagradas muertes.
(Baudelaire te entenderá.)

Hace tiempo dejó de ser una realidad.
Hoy es espejismo de corazón débil.
Las crestas de las olas te esperan silenciosas.

La poesía, siempre adolescente, ofrenda
su desnudo a los sueños del demiurgo.

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Abril

I

Entre mis brazos olvidas,
del mundo sus ecos,
y cómo recibo tu brisa húmeda.

Entre mis brazos olvidas
cómo es del bosque su luz,
cómo del lenguaje, su palabra.

El coito y la página
fueron poemas.
Tu luz y mi destino
son versos evidentes.

II

Cruzo tus labios entreabiertos
—rompió el mar contra la rosa—
y me enfrento a tu lengua,
terciopelo de vacío.
Y te ofreces con tu silencio
en el bar de la esquina,
y mis manos recorren tus poros
y todos sus nombres.

III

No estoy solo:
por fin te has buscado
en la desnudez del mundo
y ya entre mis versos te hallas.

Te encuentras
viva lágrima
y entre tus brazos
el recuerdo de aquellos años mozos,
de aquel verano singular y único
que golpeó el asombro.


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