sábado, 4 de febrero de 2012

El 16 vuelve este jueves poesía...


El próximo jueves 16 a las 19.30 h., en la Sala de Juntas de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, con los poetas Cecilia Quílez y José Verón y Laura Garcés de moderadora se celebrará de nuevo Este jueves poesía en la Universidad.







Cecilia Quílez Lucas. Algeciras (Cádiz). Tiene publicados cuatro libros de poemas: La posada del dragón (Ed. Huerga & Fierro) Un mal ácido (Ed. Torremozas), El cuarto día (Ed. Calambur) y Vísteme de largo (Ed. Calambur). Estos títulos han obtenido críticas en El Cultural, ABC de las Letras, Diarios de Ávila, Navarra, Granada, Cádiz, Málaga y León, La Razón, Revista Leer, Mercurio, República de Letras y Yo Dona, entre otros. Ha colaborado en programas de radio y coordinado y dirigido exposiciones de pintura y escultura los catálogos de éstas. Tiene relatos y artículos publicados en diversas revistas y publicaciones (Álbum de las Letras, La Cultura de Madrid, Microfisuras, Punto de las Artes, Diario el Mundo, Ágora, Revista de Museología, El invisible anillo, The Children‘s Book of American Birds, O‘Escritor, Sibila, etc.) e igualmente en webs literarias. También ha participado como ponente en diferentes jornadas sobre literatura y realizado recitales y conferencias nacionales e internacionales, programas de televisión y radio. Ha sido incluida en recopilaciones junto a otros poetas: “Entre el clavel y la rosa” (Ed. Espasa Calpe), “Madrid Capital” (Ed. Sial), “Madrid: una ciudad muchas voces“ (Ed.Arteidea),“Fuga de la Nada (Bohodón Ediciones), “El río de los amigos” (Ed. Calambur), “Poetas a orillas de Machado“ (Abada Editores, 2.010), “Mujeres en su tinta“ (Ed. Atemporia & UNAM) y “Por donde pasa la poesía” (Ed. Baile del Sol). Coordina y dirige varios recitales de poesía (“A-Puesta en Blanco”, “Cruce de caminos”, etc.). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, portugués, árabe y holandés.

POEMAS:




Lo que hay detrás de una mujer
es otra mujer.
Quitarle la ropa no sirve de mucho.
Probemos el arte de ir paso a paso
—una mujer es un paso y otro por delante—
Parece fácil. Lo complicado
es vestirse. Pensar cómo hacerlo,
por dónde empezar.
Les mostraré diferentes formas
de poner y quitar un traje.
Recuerden: el traje nos cambia por un tiempo
y a veces, para toda la vida.
—Una circunstancia puede ser toda una vida—
Pero en cualquier caso
nos transforma.
Cuidado con lo que nos ponemos
y quitamos.
Tengan presente que los monjes
también se miran en el espejo.
Después lavan la ropa
y oran por los pobres sin vestido.
Sean compasivos.
Lo que hay detrás de mí
es una mujer.
Escribe sobre la inercia de la piel.
Y sí, está desnuda.



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Ser como el vidrio
en los márgenes del agua,
no el rocío al polvo
fugaz del nomeolvides.
Hay partículas suspendidas
en los límites del abandono,
cortes sobre el mármol
en los dedos.
La mutilación de la sangre
como prueba de vida.
He de acudir al comienzo,
a la inutilidad de la mudanza
en las pupilas infantiles.
Jugamos en el dormitorio prohibido.
Una mortaja pagana
resiste un credo agónico.
Recibimos el éxodo
sin dibujos animados. Ponen el duelo
sobre nuestras cabezas pintadas.
También jugamos a acusarnos:
El premio es un silencio.
No hay canción de cuna que me despierte.
Tampoco lloro. No sé llorar aún.
Las penas ancestrales
abrigan huidas clandestinas.
Pies diminutos exploran y esquivan
pájaros brotados de la tierra.
Pájaros que nacen entre mis pies
y desaparecen y vuelven
con los picos dilatados y grotescos.
Ya sólo quedan corazas aladas
en la devastación de la memoria,
muescas en el abecedario del vacío.
Tengo presa la lengua
y un tizne de alquitrán en el rencor.
Aprendo a leer y me callo
la palabra justa.
Lo primero que recuerdo
es haber hablado a una sombra.
Mi sombra.


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No hay certeza. Todo es puro insomnio
en la sinfonía de los desdichados.
Yo soy la que fui convocada en tu duda.
Tú el que llegaba a contraviento
a la tertulia de los coleccionistas de naipes.
Fui la insolente, la que profanó el nombre de la poesía.
Tú sembrabas almas con ojos incrédulos
bajo el olivo donde yace el corazón de un poeta.
Dime qué ocurrió tras el beso de Klimt.
Está escrito en las líneas de tu mano,
en la nota inmóvil de un violonchelo.
Cuéntame, prende la hoguera
que mece el sueño de una niña extraviada.





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José Verón Gormaz (Calatayud, 1946). Poeta, narrador, periodista y fotógrafo. Estudios de Ingeniería Agrícola (1970) y Administración y Planificación de Empresas (1976) en la Universidad Politécnica de Madrid. Cronista Oficial de Calatayud, ciudad que lo nombró Hijo Predilecto en 2006. Consejero del Centro de Estudios Bilbilitanos. Académico Correspondiente de la Real Academia de San Luis. Medalla Aragonesa de Merito en Arte (2002). Premio Nacional de Fotografía (CEF, 2000). Medalla de Oro de las Cortes de Aragón (2006).
En 2007 se creó la Asociación Fotográfica Bilbilitana José Verón, en enero de 2008 aparecieron las bases para el I premio internacional de poesía "José Verón Gormaz" (Ayuntamiento de Calatayud) del que en 2009 se hizo una II edición. En el Pabellón de Aragón de la Expo-2008 de Zaragoza hubo 275 fotografías suyas expuestas, que han servido de base para el libro "Aragón imágenes" editado por el Gobierno de Aragón (2009). El día 27-XI-2.009 le entregaron el Premio Honorífico de la Asociación Aragonesa de Escritores "I Premio Imán" concedido por votación entre los asociados.
Ha obtenido, como fotógrafo, más de 300 premios nacionales e internacionales. Autor de más de 100 exposiciones individuales, tiene obra en museos, fototecas y colecciones institucionales y privadas. En 1987 le concedieron el título E.FIAP. Colaborador durante muchos años de Heraldo de Aragón, SER Calatayud y otros medios de comunicación. Ha publicado 26 libros, con premios de poesía (Juan Alcaide 1989, Santa Isabel de Portugal 1988 y 1994, Hermanos Argensola 1999, Ciudad de Santo Domingo 1982...), de novela (San Jorge, Zaragoza 1981) y de periodismo (Husa, Barcelona 1984).



POEMAS:


La ventana trágica


La ciudad se levanta, indolente,
entre un paisaje y desesperanza.

Las altas torres de los campanarios
huyen siempre hacia el cielo.

Hay un jardín con pájaros lejanos
y parejas secretas de enamorados
a punto de soñar.

Hay ejércitos reales de fantasmas
que caminan por calles irreales,
y una lluvia purísima y muy fría
escribe en la noche palabras y destinos.

La ciudad está ahí:
yo la veo y la sueño,
y al despertar, ebrio de incertidumbre,
me estremezco en sus ruinas.





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El arpa y la palabra



En la sala de música
hay ecos de elegía.
Cuando el día ha perdido sus minutos más claros,
suenan Haendel y el vino,
mis fieles compañeros de la tarde.
Una melancolía indefinida me averigua,
pasa y se posa,
deja su huella
en un rostro lejano y una historia:
no,
no deseo pensar
que sus horas se cruzaron con mis horas
y sus pasos de ayer fueron mis pasos.
No es conveniente recordar aquellos días,
aquellos años
en los que brilla un rostro amado en otro tiempo
y al final fue la niebla,
y suena Haendel lejano, muy lejano,
y el buen vino se apiada
de quien erró el camino
y lo busca en la sombra
bajo la luz indefinida de la luna.

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La escapada


Como una triste sombra caminaba
sin hallar el perdón que perseguía,
sintiendo que la calle me vencía
y el creciente silencio me cercaba.

La noche en torno al tedio se cerraba.
La lluvia en sus empeños insistía.
En ellas la insustancia competía
con las luces que el suelo reflejaba.

En un tugurio entré para evitar
el naufragio que ya era inevitable.
Tomé una copa, me acerqué al espejo

y vi en mi imagen, burla del azar,
otra sombra que existe, inexorable,
atrapada en la farsa de un reflejo

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Autopista del Sur

En la fría quietud de un alba triste
estoy fuera del día que amanece.

La bruma se dispersa muy despacio
en la cambiante soledad de la autopista.

Recién nacida luz me expulsa del pasado
y yo, pausadamente, la obedezco:

pongo en marcha el motor del automóvil,
que ruge contra el mar de la mañana,
y acelero, sin piedad acelero
en busca de un exilio inalcanzable

que miente más allá del horizonte.


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El arpa y la palabra

En la sala de música
hay ecos de elegía.

Cuando el día ha perdido sus minutos más claros,
suenan Haendel y el vino,
mis fieles compañeros de la tarde.

Una melancolía indefinida me averigua,
pasa y se posa,
deja su huella
en un rostro lejano y una historia:
no,
no deseo pensar
que sus horas se cruzaron con mis horas
y sus pasos de ayer fueron mis pasos.

No es conveniente recordar aquellos días,
aquellos años
en los que brilla un rostro amado en otro tiempo
y al final fue la niebla,
y suena Haendel lejano, muy lejano,
y el buen vino se apiada
de quien erró el camino
y lo busca en la sombra
bajo la luz indefinida de la luna.





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