martes, 31 de enero de 2012

El día 2 vuelve Este jueves poesía en la Universidad




El próximo jueves, día 2 de febrero, vuelve el ciclo de "Este jueves poesía en la Universidad" en la sala de Juntas de la Facultad de Filosofía y letras de Zaragoza a las 19.30h con la dirección de Ignacio Escuin y los escritores Julio José Ordovás y Alfonso Armada, siendo el moderador Luis Navarro.


Organiza Vicerrectorado de Proyección Cultural y Social Colabora Candy Warhol, Librería Antígona, Facultad de Filosofía y Letras.










Julio José Ordovás nació en 1976 en Zaragoza, ciudad en la que reside. Articulista y crítico literario, publicó en 2004 Días sin día (Xordica), la primera entrega de su diario, a la que siguió En medio de todo (Eclipsados, 2010). Ha publicado también un libro de viajes aragoneses, Frente al cierzo (BArC, 2005), una selección de sus columnas, Papel usado (Eclipsados, 2007), un acercamiento al misterio femenino, Nomeolvides (PUZ, 2008), un libro de poemas, Una pequeña historia de amor (Isla de Sistolá, 2011) y Pepe Cerdá ( Entre dos luces ) (Eclipsados 2011 ).






POEMAS:






Rendiciones




Cuando se quedaba sin argumentos
me decía, quitándose la ropa.
"Está bien. Tú ganas".
Y yo me rendía a sus pies,victorioso.






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La tormenta perfecta



Nunca nos poníamos de acuerdo,
obstinados en llevarnos la contraria.
Es verdad que hubo días de tregua,
como la noche que hicimos planes para los próximos cien años:
una casita de chocolate perdida en el bosque,
un niño que tendría tus ojos y llevaría mi nombre,
un crucero galáctico con escalas en Venus, Saturno, Marte y Plutón.
Cenamos con la tele apagada y el vino de las grandes ocasiones,
brindando por la continuidad del alto el fuego.
Me había quedado sin tabaco, bajé corriendo al chino
y cuando volví me sorprendiste con la música a oscuras,
el vestido en la alfombra, los zapatos señalando la ventana abierta
y la luna encharcada a tus pies.
Fue un buen polvo, uno de los mejores.
Maullabas a gritos con la espalda erizada.
Después sacaste la manta y recogiste las copas.
Nos dormimos contando las estrellas.
Como cada sábado, nos despertó el perro de la vecina.
Hasta que el sol nos echó de la terraza no dejaste de ronronear.


El otoño llegó a primeros de agosto.
Descenso notable de las temperaturas.
Fuertes rachas de viento y lluvias
generalizadas en toda la península.
El hombre del tiempo lo había advertido
y nadie le hizo caso.
Me irritaba aquel tipo, con su sonrisa postiza y sus corbatas chillonas,
repitiendo una y otra vez las mismas palabras, los mismos gestos.
Un día muy negro
amenazó con la posibilidad de que una tormenta perfecta
asolara la costa gallega y el litoral cantábrico.
Me pareció un presagio
y quise cambiar de canal. Compréndelo. ¿Qué otra cosa podía hacer?





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Mediterránea




Más de un año después
he vuelto a nuestro restaurante favorito,
donde cenábamos cada vez que teníamos algo que celebrar.
Han reducido la carta
y la nueva camarera no te habría gustado.
La chica con la que iba,
que tampoco te habría gustado,
ha pedido un plato de chipirones.
Tu plato.
Quería que lo compartiéramos
y ha insistido mucho en que al menos lo probara,
Al final le he dicho que era alérgico a la tinta.
Se ha reído y no ha insistido más.
Es una chica lista y seguramente
ha preferido no saber.
Acabo de vomitar la cena.
La chica está durmiendo en mi cama.
Ronca un poco, igual que tú.





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Alfonso Armada, nacido en Vigo en 1958, ha trabajado en los diarios Faro de Vigo, El País y ABC. Ha cubierto el cerco de Sarajevo, el genocidio de Ruanda y eventos de toda índole en países africanos como la República Democrática del Congo, Liberia, Angola, Mozambique, Sudán o Somalia, y era corresponsal en Nueva York cuando se produjo el ataque contra las Torres Gemelas. Ha publicado Cuadernos africanos (1998 y 2002); España, de sol a sol (2001) y El rumor de la frontera (2006), ambos con fotografías de Corina Arranz (2001), Diccionario de Nueva York (2010), todos en Península. También Nueva York, el deseo y la quimera (Espasa Calpe, 2007), con Gonzalo Sánchez-Terán, El silencio de Dios y otras metáforas. Una correspondencia entre África y Nueva York (Trotta, 2008). También ha escrito teatro y poesía, y ha obtenido numerosos galardones.






Poemas:









Los Temporales






Una casa donde la marea no cubra los tobillos y la voz
una casa donde te pueda decir con el lenguaje de los mudos:
aquí estoy, soy yo, niño perro de los ojos áridos,
aquí tengo un antiguo dolor como una mecha
y aquí una cintura de guardar cuerdas corrompidas
y aquí una cenefa y una camita que era azul y mentirosa
y aquí un mapa, mi padre convertido en ceniza mi madre
convertida en
hierbabuena
y aquí tengo siete gritos de siete cumpleaños y siete agonías
de siete
cerdos sacrificados
y un peral y un cerezo en flor y un astillero lleno de estopa
triste,
pero también grúas luminosas, un mar que lame barcos,
y una caracola que te copia los pechos
y un calendario de tinta china
y un largo abrazo de niño ciego
que cabe en el abecedario, pero no en los sueños.
Aquí es donde se escucha el temporal,
y donde cuando te miro te miento y cuando te miro no te
miro
y en estos brazos que no son de castaño ni de boj
dibujo un bosque
y el tren de mercancías es casi humano,
mi cuna, la que rompo en pedazos con un hacha de miedo,
la que me sirve para cortar la leña y cortarme los tobillos,
para que no los moje la marea.
Porque tenía mucho miedo del aguacero.





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Central Park, una oración





Quedan brochas de nieve
y una fina capa
tensada por el frío
en el estanque:
nadie patina.
La tarde esparce ardillas de rabo tan frágil como el hielo,
pero menos letal.
Levanta las dos manos como para rezar
mientras espía mis movimientos
como si yo fuera Daniel Boone:
sólo entonces acierta con un mendrugo
se lo lleva al hocico
y huye tronco arriba,
como la tarde
y el mal.
Ya no rezo,
descifro el teléfono móvil
y el océano Atlántico es como ayer.
Pasa un anciano ciclista
disfrazado
un transistor sobre la parrilla de las novias
inunda el atardecer:
el New York, New York
del más engañoso Frank Sinatra.
Como el que más.
Pero a fuerza de mentiras
nos hemos ido acostumbrando a la verdad.
El sol entibia las manos tendidas de los árboles,
que rezan como ateos:
sin que nada enturbie su belleza:
tantas minuciosas ramas
y tanto por hacer.
Dios se moja en el gran reservorio
donde los patos de cabeza verde y de cabeza gris
se zambullen ante nuestra innecesaria compasión.
Camino con las manos en los bolsillos
y me cruzo con atletas
de todas las ansias.
Su vida y la mía no se tocan.
Pero nadie parece lastimarse
a esa hora en que un sol de invierno
dulce y perdurable
como la blancura de la nieve en los canteros
hace estragos de la tarde.
Que nadie ruegue por nosotros,
que nadie nos perdone
porque hayamos resistido
sin cadáveres de ardillas
en la mochila de la razón.




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II




¿Para qué sirven los trenes?






¿Para qué sirven los trenes?
Para ser bombardeados por la aviación justiciera.
Para volver a leer Opiniones de un payaso.
Para asomarse a los viñedos,
a los campos sembrados,
a los cerezos que mudan de piel como las cobras.
Para desplegar mapas de colores,
atravesar fronteras.
Para besarnos como cuando éramos novios.
Para enseñarle a los hijos el estado de las cosas,
el curso de los ríos.
Para saborear el tiempo,
volver a caminar sin prisa por el mundo.
Para coser paisajes,
estibar tortillas, comprar memoria,
qué vida se esconde tras cada ventana encendida.
Juntar las manos,
pegar la nariz al vidrio,
leer constelaciones.
Para que llegue la noche, llueva, estemos solos.
Para que los revisores nos miren a los ojos y el invierno
juegue su partida.
Para que nos acune una madre de hierro.
Para volver a confiar en las máquinas,
para escribir caligrafía en una carilla de traviesas,
para que el humo suba al cielo.
Para volver al mar,
cuando la infancia no terminaba en la muerte.
Para ser bombardeados por aviones justicieros.




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